«Las administraciones deben proteger los precios de los productos del campo en origen, escuchar más a los ganaderos y aligerar mucho la burocracia»
OCTAVIO VILLA
Adolfo García (Fresnedo, Tineo, 1944) es catedrático de instituto jubilado y profesor de Antropología Cultural en las universidades de Valladolid y de Oviedo, así como en la Escuela de Trabajo Social y en la Escuela Universitaria de Magisterio. Fue también profesor invitado en la Universidad de Oviedo para impartir cursos monográficos de doctorado y dirigió trabajos de investigación de carácter etnográfico y antropológico. Profundo conocedor de las raíces culturales y sociales del campo asturiano, es autor de una pléyade de obras entre las que destacan sus ‘Antropologías de Asturias’ (dos volúmenes), ‘Los vaqueiros de alzada de Asturias. Un estudio histórico antropológico’, ‘Familia y sociedad’, ‘Alabanza de aldea, ‘El tabú: una mirada antropológica’, o ‘La vejez en los pueblos de Asturias’. Expresión de un cambio y de una crisis, entre otras muchas. Defiende que los pueblos tienen que repoblarse, pero no de cualquier manera y, sobre todo, «sin hacer tábula rasa de lo anterior. El futuro no se puede construir destruyendo el pasado».
–Las alas de la región, en particular el suroccidente, están despoblándose. Hay algo más que economía en eso.
–Sí, hay un cambio de paradigma sociocultural que se inicia en los años 60. Hasta entonces, la ‘casa’ familiar en el campo asturiano no se diferenciaba mucho de lo que había sido en la Edad Media, o incluso antes. La sociedad rural estaba formada por familias mayoritariamente troncales, porque vivían en la misma casa tres generaciones o más; patrilineales, porque la herencia se transmitía de padre a hijo mayor, y patrilocales, porque era la mujer la que se iba a vivir con la familia del marido. Cuando no había varones, se casaba en la casa familiar una mujer y quedaba como ‘mayorazga’. El matrimonio era una estrategia en la que estaba en juego la continuidad de la casa, de la herencia, la dote y el cuidado de los viejos.
–¿Y cuál fue el cambio y sus causas desde los años sesenta?
–En los años sesenta, esas mujeres a las que llamaban ‘la nuera’, ‘la nueva’ o incluso ‘la otra’ empezaron a ver, a través de la televisión, los periódicos, el turismo, los emigrantes que volvían, etcétera, que había más mundo y otras formas de vivir, y como ellas ya estaban ‘casificadas’ hicieron la revolución a través de sus hijas, a las que mentalizaron para que se fueran del campo, rompiendo así con aquella estructura familiar. Cuando esas hijas se hicieron mayores fue cuando la mujer rural asturiana votó con los pies, y se fue del campo. A la vez, aunque pudieran no darse cuenta, aquellas madres ‘revolucionarias’ estaban condenando a sus hijos varones a la soltería. Cuando se rompe esa cadena (la de la familia tradicional) la sociedad rural asturiana se rompe por dentro, se quiebra.
–¿Y en qué se plasma?
–El campo asturiano, a partir de los 60 y 70, se fue llenando de hombres solteros, mayorazgos con casería pero sin relevo generacional. Su convivencia con los padres ancianos era compleja, y además eran hombres que no sabían del cuidado de la casa ni de los ancianos. En fin, no resolvían su vida y, en muchos casos, fueron una carga para sus padres.
–Esa falta de relevo generacional se ha plasmado en pirámides poblacionales completamente invertidas y masculinizadas.
-Sí, y llenar de nuevo los pueblos es muy difícil, pero tiene que haber pueblos habitados. Pero lo que tenemos que tener claro es que no es posible una recuperación de los pueblos si no se ofrece una salida profesional para los jóvenes, en particular para la mujer joven, para que se quede en el campo o vuelva a él. La repoblación del campo asturiano solo se asegura si la mujer tiene empleo, si tiene una realización personal que no dependa del marido y de su familia.
–Hoy sí se ven mujeres al frente de empresas en la zona rural.
–Es cierto, pero ¡cuidado! La transformación mental necesaria no se ha completado aún. Hay que darle a la mujer la oportunidad que no tuvo antes. En la ganadería, muchas veces son titulares porque el hombre tiene otro empleo fuera de la granja, y en muchos casos se las relega a lo que se consideraba su obligación ‘qua natura’. Es decir, sus actividades productivas son consideradas aún como una prolongación de sus tareas reproductivas. Ahora, cuando nos hemos encontrado conque hay que pagar para que nos cuiden de los viejos o nos limpien la casa y nos preparen la comida es cuando hemos descubierto el valor que tenía el trabajo callado de la mujer. Y la mujer hace mejor que el hombre, por el motivo que sea, actividades de atención a la persona como llevar una empresa de turismo, de atención a la tercera edad o una empresa agroalimentaria.
–Usted niega que la igualdad entre hombres y mujeres sea una equiparación.
–La igualdad no consiste en que la mujer sea como el hombre. Es convertir la tradicional complementariedad, por la que la mujer era vista como una ayuda o complemento del hombre, en reciprocidad. Que sean dos sujetos con identidad y con capacidad de decisión. Dicho más claramente, se deben crear las condiciones culturales y sociales para que la mujer se pueda pensar y sentir desde sí misma, y no desde los valores masculinos, que es lo que se oculta bajo el concepto de ‘igualdad’: Ser como un hombre. La mujer debe tener espacio público, y no solo doméstico. En la sociedad tradicional, el hombre no soportaba estar ante un sujeto que tuviera el mismo peso que él en la relación. Y eso aún se ve hoy, hasta en los barrios de la ciudad.
La vía del turismo
–La covid subrayó el atractivo turístico del campo asturiano.
–El turismo rural como monocultivo no tiene sentido. Y, además, tal como está planteado hoy, es estacional. Sí lo tiene si hay prados limpios y tierras cultivadas. Si hay gente que genere paisaje con su actividad, pero eso hay que pagarlo. Hay que proteger las ganaderías familiares de 40 vacas, con ganaderos que recogen el forraje y mantienen el paisaje. Las grandes ganaderías de carne, por lo general, no cuidan ni generan paisaje. Pero si queremos un entorno rural cuidado, hay que dar valor a ese cuidado y compensar por ello a quienes lo mantienen, igual que se paga a quienes mantienen los parques urbanos. Producir es igual que conservar, y viceversa. Al campesino se le pide que sea productor y conservador.
–Pues no se les paga. Ni eso, ni un precio justo por sus producciones, según denuncian.
–Bueno, en Austria el 45% de la población vive en el medio rural, gracias a la diversificación económica, que ha de ser el futuro del campo, y a que el agricultor participa en los tres momentos de la cadena: En la producción, en la transformación, por ejemplo en quesos y otros derivados, y en la venta. No se puede llorar porque nos paguen el litro de leche a ‘x’ céntimos y no hacer nada. Con esto quiero decir dos cosas. Una, que la diversificación económica es necesaria en los pueblos. Otra, que no se puede producir carne o leche para las grandes empresas solo, sino que hay que buscar el valor añadido a esos productos, participando activamente en la transformación y la comercialización. Las administraciones deben proteger los precios en origen de los productos del campo, no subvencionar el número de cabezas o las hectáreas, escuchar más a los ganaderos y aligerar mucho la burocracia y los papeles.
–Y cuidar de que no se pierda la identidad.
–Ese es un peligro. Si destruimos la diversidad, destruimos la identidad de los pueblos, y ese es un valor que hay que conservar, aunque no seamos capaces de cifrarlo en dinero. Hay que proteger la producción de calidad, no el productivismo. En Francia, Austria, Alemania, Holanda o Italia, por ejemplo, hay una consciencia social muy clara de la tremenda necesidad que hay de que haya campesinos, mientras que en España se ve como una cultura de Segunda, lo que provoca que el campesino tenga a menos ser lo que es: «Aquí solamente quedamos los que no valemos para el mundo o para otra cosa, solo los burros», suelen decir. Hay que llevar la vida campesina a lugares de prestigio, a los parlamentos, a la prensa, a la televisión.
–Revirtiendo esa tendencia.
–Es que desde la ciudad y la empresa se les ha robado sus marcas de identidad. Ahora se habla de ‘pan de leña’ o ‘huevos de aldea’ como marcas de prestigio si las produce una gran empresa, y a cambio les estamos robando hasta la lengua real que hablaban, dándoles a cambio un asturiano pasteurizado. Es curioso cómo el hombre de ciudad y el del campo tienen una imagen invertida del otro: El de ciudad quiere escapar al campo y el del campo idealiza la ciudad.
–Pide diversificación, y Asturias ha tenido cierto cooperativismo.
–Las cooperativas agrarias en Asturias no han funcionado porque sigue habiendo una mentalidad ‘casificada’: Un antiguo cooperativista me comentó, ante mi pregunta de por qué se había disuelta la cooperativa: ‘no cumplíamos con las horas que nos tocaban a cada uno para el mantenimiento de la maquinaria común, y era porque en nuestra cabeza la máquina no era ‘de casa’’. Sin embargo, las cooperativas cárnicas, silvícolas, madereras sí que han funcionado: el ganado y las propiedades son parte de la ‘casa’, de la familia, mientras que el dinero que aporta cada socio al fondo común es impersonal.
–¿Cuáles son los problemas más urgentes del campo asturiano?
–No puede ser que los niños de muchos pueblos pierdan una hora para ir al centro de Primaria y tres horas y más para ir al de Secundaria y Bachillerato.. En el caso de la Secundaria y Bachillerato se podría poner en práctica un sistema on line: tres o cuatro días a la semana en el centro de Primaria, y el resto (uno o dos días) presencial en el centro de Secundaria y Bachillerato acompañados de sus tutores. Hoy estamos observando, cada vez con más frecuencia, que hay abuelos que acaban viviendo en la ciudad, con el sacrificio que para ellos supone, para que los nietos puedan estudiar. En otros casos, son las madres que se van a la ciudad con los hijos y dejan al marido solo. Es fácil, en estos casos, que algunos maridos vayan detrás de su esposa y de sus hijos, y cada vez que esto ocurre, una casa más que se cierra, pero con el agravante de que se trata de una familia joven con hijos.
–Para no volver.
–Y los campesinos, aún hoy, tienen muchos motivos para pensar que son tratados como personas de segunda, cuando el campesino ha sido siempre la gran reserva de la sociedad. A quien se pregunte ahora lo que aportan o aportaron los campesinos, hay que aclararle que después de la guerra civil salvaron a España, hartándose de criar hijos y produciendo y colonizando la España Interior, lo que hoy volvemos a llamar la ‘España Vaciada’. Después, aportando mano de obra barata al desarrollismo y emigrantes al extranjero, una fuente de divisas. Ahora, al campesino se le piden productos y medio ambiente de calidad. Es la gran reserva, como también lo ha sido la mujer…
–Parece que apuesta más por tratar de regenerar la base sociológica del campo, por recuperarla, que por repoblar el campo con neorrurales.
–Los neorrurales son bienvenidos si intentan comprender y entender lo que es el campo y si, además, cuidan y cultivan una pequeña parcela de tierra, tanto mejor. Además, si se incrementa la población, se pueden rescatar servicios básicos desaparecidos por el descenso demográfico: escuelas, mejores comunicaciones y otros servicios. Finalmente, esta población neorrural, ya sean jubilados o personas en activo, incrementarían el precio del suelo y de la vivienda y, su presencia, revalorizaría el hecho de vivir en los pueblos. Habría que cambiar la tendencia dominante en Asturias: muchos profesionales que trabajan fuera de la ciudad y viajan diariamente, con todos los inconvenientes que ello supone; en otros países de nuestro entorno, la tendencia es la contraria: trabajar en la ciudad y residir fuera de ella. Esto aumenta el valor de los terrenos rurales, pero es que además dota al campo de fuerza cuando hay que reclamar mejoras en las infraestructuras viarias, en los servicios públicos y en los sociales. Naturalmente esto requiere cambiar la mentalidad (revalorizando la vida en el campo) y mejorar los medios de comunicación. Pero para vivir de la tierra hay que saber mucho. La mujer del campo era cocinera, panadera, maestra, cuidadora, agricultora, sastre… El hombre del campo era veterinario, ingeniero agrónomo, meteorólogo… desde que nacían estaban aprendiendo en la mejor FP, por imitación en el juego de los niños, y practicando ya de jóvenes. Y hay que desarrollar el sentido de la vecindad, que es la esencia de los pueblos: ese ‘dar-recibir-dar’ genera una relación permanente en la que uno más uno es siempre más que dos, en la que se genera confianza y comunidad. Eso, en parte, se ha destruido con la mecanización del campo, que ha traído un individualismo tremendo.
«En una residencia en Oviedo, un viejo del campo está desarraigado»
OCTAVIO VILLA
–El campo está muy envejecido y son muchos los ancianos que viven solos. ¿Las residencias son una opción válida?
–Los viejos quieren morir en su casa, pero como los hijos se han ido, cuando llega la dependencia se encuentran con que se les envía a residencias fuera de su entorno. En el campo asturiano habría que dar servicios de ayuda a domicilio, que ya existen, pero son insuficientes, y que el propio anciano pague parcialmente con su pensión, para que se mantenga en su casa el mayor tiempo posible. Debe haber también centros de día que sirvan para su socialización diaria, con transporte, y las residencias geriátricas, para cuando sean imprescindibles, han de ser pequeñas y estar en su zona, en sus ‘villas con caída’. Un viejo del medio rural se encuentra desarraigado en una residencia de Oviedo, Gijón o de cualquier otro lugar alejado de su entorno: se produce una muerte sociológica que, con cierta frecuencia, acelera la biológica. Hay datos que muestran que en los dos primeros años de estancia en la residencia, se dan elevados niveles de mortalidad sin una causa bien definida. ¡Alargamos la vida del hombre y luego no sabemos qué hacer con los ancianos!
–Las jubilaciones han sido la tabla de salvación para muchas familias en las últimas crisis.
–Sí, es más, en muchos concejos de Asturias las jubilaciones son el primer montante económico, la mayor fuente de ingresos del municipio, por encima de cualquier otra actividad económica. Ese dinero hay que retenerlo en el entorno del anciano, aunque hoy parece estar de moda comprar un piso en Oviedo o Gijón, y luego, cuando van allí, esa gente se encuentra perdida en un entorno sociológico que no es el suyo.