El producto estrella de la artesanía de Taramundi. Vive en verano su mayor tirón de ventas y anima al relevo generacional del oficio

PABLO ANTÓN MARÍN ESTRADA

En Taramundi el mes de julio se despide con una ola de calor que en los termómetros de la villa alcanza a las dos de la tarde los 30 grados. No parece una temperatura especialmente cómoda para trabajar en una fragua, pero las de los artesanos cuchilleros que han dado fama al concejo y que lo siguen colocando en el mapa están especialmente activas en estas fechas estivales. Las tiendas de la capital demandan a los talleres más existencias a medida que los numerosos turistas van agotando sus stocks y además muchas de las forjas ofrecen visitas guiadas o las reciben espontáneas durante todo el verano. Las navajas y cuchillos más valorados de la marca Asturias siguen en su modesto y sólido mercado al alza, incluso en tiempos de crisis pandémicas. Y un oficio rural que se remonta al menos al siglo XVIII, no solo ha logrado perdurar hasta hoy sino que además tiene relevo generacional.

Pedro Bermúdez y su hijo Pedro en el taller de Bres donde trabajan.

A poco más de un kilómetro de Taramundi, la aldea de Veiga de Llan es cuna de una larga saga de artesanos de la forja. Aquí tienen Antonio Díaz y su hijo Aurelio la suya, una de las pocas en las que el proceso de elaboración de sus trabajos sigue siendo totalmente manual del primero al último paso. Además de navajas y cuchillos, fabrican tijeras para cortar el pulpo y esquilar. En esta época acogen visitas en su taller y mientras el heredero del oficio atiende a una, su padre es sincero: «En verano no es cuando más trabajamos, dedicamos la mayor parte del tiempo a hacer exhibiciones. No vendemos souvenirs, lo nuestro es todo manual y prefiero que la gente venga a ver todo el proceso para que sepa valorar lo que lleva», explica. Aurelio es técnico industrial y lleva 3 años aprendiendo la técnica tradicional: «Le gusta el que estudió, pero más el de su padre y abuelo. Para mí es un orgullo saber que hay oficios que tengan una generación siguiente. El mundo rural se acaba, la media de edad es alta y es importante que los jóvenes se puedan quedar y mostrando que de este mundo también se puede vivir», razona.

Antonio Díaz en Veiga de Llan, forjando ante unos visitantes.

En Bres, la cuchillería de Pedro Bermúdez, también cuenta con un nuevo eslabón en el que continuar el oficio de una estirpe que proviene igualmente de Veiga de Llan. «Mi hijo Pedro tiene 20 años y aunque a esa edad tiene aún tiempo para decidir su futuro, de momento esto es lo que le atrae. Yo empecé con 18 igual que él, ayudando a mi padre. Él hacía solo cuchillos y a mí me gustaban más las navajas, tiré por ahí y en ello sigo. Si el chaval hace lo mismo para mí es una satisfacción y por él también, porque hoy se puede vivir de esto como de cualquier otra cosa. Habiendo ventas, vives». A su firma artesanal no le faltan y en verano se disparan: «No organizo visitas ni me anuncio mucho, porque si viene gente te quita tiempo para trabajar y ahora en verano las tiendas ‘te acosan’ (risas) para que les mandes material. Este año en Taramundi está lleno todo y se nota en lo que se vende allí. Por el invierno me piden más por internet, de catálogo o encargos personalizados para coleccionistas. Salvo que cambie todo mucho, el trabajo, Aurelio, lo tiene asegurado. Y eso hoy en día no es mala cosa», opina.

El trabajo artesanal, marca de los cuchilleros de Taramundi.

Martín Lombardía, en su taller de Esquíos, ejerce ya desde hace años como segunda generación de un oficio al que lo inició su padre Manuel y que se remonta en la firma al menos a su tatarabuelo. Este fue pionero, a comienzos del XX, en fabricar navajas ‘de recuerdo’, que se exportaban incluso a emigrantes asturianos en Argentina. Recibe visitas a la forja y al pequeño museo etnográfico que montó Manuel, además de contar con dos apartamentos rurales. «Mi abuelo era agricultor y entonces se podía vivir de cuatro vacas y cuatro navajas o clavos que hacía. Cuando mi padre empezó ya el ganado no daba para mantenerse, gracias al turismo que llegó a la zona fue compensándolo con la artesanía más o menos. Yo me dedico ya solo a la forja y con los apartamentos vamos librando. Recibo gente, porque si bien puedes trabajar menos es necesario molestarte para vender, hay que explicar cómo se hace esto, implicarlos para que compren al venir. Aquí hay mala cobertura y por internet poco puedo sacar». Tiene dos hijos de 17 y 18 años, familiarizados con la forja, pero no seguros de continuar: «El mayor trabaja en La Rectoral, el otro estudia aún. Me gustaría que siguiesen aunque los comprendo. Este es un oficio bonito, pero esclavo. Echas muchas horas y en una empresa solo las que tienes. De todas formas son muy jóvenes. Habrá que ver lo que decide el tiempo», zanja con un deje de melancolía y recurre al humor cuando le preguntamos por la temperatura del día al lado de la fragua: «No está hoy pa tizarla mucho. Ta más bien pa meterse en la piscina».