David Cueto es el párroco de Degaña. De Cerredo. De San Antolín de Ibias. De Marentes… de quince parroquias.  Se reparte entre 2.000 personas dispersas en  423 kilómetros cuadrados

OCTAVIO VILLA

Tiene una mirada limpia, hasta soñadora. 42 años que le hacen el más joven de la iglesia en la mayoría de las misas que celebra y un don de gentes por su sencillez, su humildad y su empatía. Se llama David Cueto, nació en Granada aunque vive en Asturias desde los ocho años y es el párroco de las quince parroquias de Ibias y Degaña desde hace tres años. El cuentakilómetros de su Citroën C4 negro o (sencillo, pero seguro) está a punto de rebasar los 160.000 kilómetros, en ese tiempo y el año que estuvo de diácono en Panes.

La misa en la ermita de Degaña

La misa en la ermita de Degaña

Miles de kilómetros para predicar, compartir, escuchar, atender, confortar, cuidar y, a veces, pocas, confesar a unos cientos de personas. Las pocas de dos concejos que han sufrido una despoblación acelerada por el fin de la mina. Y pese a todo, pese a tantos kilómetros diarios a solas, lo más duro de esos cuatro años «han sido estos dos últimos meses, aunque uno se adapta a todo. Hemos tenido pocos casos de coronavirus, pero la gente lo ha vivido con preocupación» y David ha tenido que «tirar de teléfono en lugar de coche» para hacer su labor. Para estar con los fieles… y con los necesitados, crean o no.

Posada de Rengos. Jesús carga con la cruz camino del Calvario en el ensayo de la representación de la Pasión de Cristo que querían celebrar en la iglesia de Posada de Rengos el 28 de marzo, con fieles de Noceda, Trasmonte, Posada, Ventanueva, Moal, Rengos, Gedrez, Degaña y Cerredo como intérpretes. No pudo ser.

Posada de Rengos. Jesús carga con la cruz camino del Calvario en el ensayo de la representación de la Pasión de Cristo que querían celebrar en la iglesia de Posada de Rengos el 28 de marzo, con fieles de Noceda, Trasmonte, Posada, Ventanueva, Moal, Rengos, Gedrez, Degaña y Cerredo como intérpretes. No pudo ser.

En lo más urbano (Degaña y Cerredo) las calles estaban vacías ya antes del coronavirus. Bares y pubs cerrados que aún tienen en sus cristaleras anuncios de partidos de la Champions de equipos que hoy juegan en Segunda. Gente mayor encerrada en sus casas antes del estado de alarma. Y ahora, «mucho más». Es el vacío montañés.

Un vacío mayor de lo que dictan los censos. En Ibias y Degaña viven de continuo poco más de la mitad de los 2.000 habitantes oficiales. Eso se traduce en que David conoce a casi todos. Que sabe de sus cuitas, sus dolores, sus alegrías, sus miedos y sus anhelos.

En febrero, EL COMERCIO estuvo con David en uno de sus últimos fines de semana normales. Quedamos un sábado a primera hora. David espera bajo la iglesia principal de Degaña, en un aparcamiento, con dos (altísimos, todo hay que decirlo) agentes de la Guardia Civil. Intercambian información. ‘Esta vecina está sola desde hace demasiado, a aquel no se le ha visto los últimos cinco días, ha habido un nuevo argayo en la bajada a Taladrid…’

El día de David Cueto comienza con oración y estudio. «También hago mucha oración o escucho audios para estudiar en el coche, entre pueblo y pueblo». Hoy la primera parada es en Trabáu. David ve, al pasar hacia Tormaleo, a Francine, una francesa muy de Ibias que vive sola en El Corralín y que le ordena «que corra menos, padre». Comparten unos momentos que les iluminan el rostro a ambos. Francine habla, como siempre, de la bondad de la vida en la aldea, separada del mundo, pero provista de «las pocas cosas que son necesarias».

Las monjas dirigen la representación de la Última Cena.

Las monjas dirigen la representación de la Última Cena.

En Tormaleo, junto al palacio del siglo XVIII abandonado, viven hoy menos de diez personas. Con la mina abierta eran cientos. David visita a Carmen. 66 años y una soledad profunda, matizada por una sonrisa infantil y generosa. El padre Cueto está preocupado y comprueba que ella limpie su propia casa, que se alimente, que se vea con los vecinos. Ella disimula y recibe al cura con una tortilla de nueve huevos, una empanada familiar y un plato de croquetas similar a una montaña. «Pasen, pasen. Coman, coman», insiste, con su mirada de niña y el recuerdo casi borrado de los años pasados en Barcelona, limpiando para otros. Carmen se desvive en agasajar a David («seguramente es la primera vez que cocina esta semana», comenta él por lo bajo). Este prueba lo preparado, pero intenta que Carmen se quede la mayor parte de la comida. Al final es imposible evitar que le meta en el coche un tupper con algo de tortilla y unas croquetas «para las monjitas de Posada de Rengos». Su mirada de niña y su sonrisa vuelven a mostrar que es feliz haciéndole la vida más fácil a los demás, desde la dureza de la suya.

Uría. Aníbal Blanco, uno de los tres habitantes que quedan del centenar largo que había hace 30 años, muestra el pueblo.

Uría. Aníbal Blanco, uno de los tres habitantes que quedan del centenar largo que había hace 30 años, muestra el pueblo.

La siguiente parada es en Uría, casi en el límite con Galicia. El pueblo está alto, hermoso, montuno. Pizarra, piedra y encalado. Mucha casa de canteiro galego. Tres habitantes, de los «más de cien que había en los ochenta», recuerda Aníbal Blanco. Un cultísimo astur-venezolano que disfruta a solas de su jubilación y para el que la visita de David es el gran momento de la semana. La festeja con su mejor hospitalidad, recordando el orígen vasco de este pueblo de la frontera asturgalaica más extrema: «Dos bandoleros, padre e hijo, con apellido Uría, que robaban en Fonsagrada en el siglo XVIII y venían a esconderse ahí, a esa zona debajo de las huertas», relata. «Cuando tuvieron botín suficiente, compraron unas tierras y construyeron la que fue la primera casa del pueblo». Contada por Aníbal, la peripecia de los Uría está a caballo entre la serie de televisión y la epopeya griega, con un simpático acento venezolano que no ha acabado de perder.

Los siete fieles (Tere, Cándido, Eva, Jorge, Elena, José Ramón y Olvido) que acudieron a la misa en Marentes departen con el padre Cueto. // O. Villa

Los siete fieles (Tere, Cándido, Eva, Jorge, Elena, José Ramón y Olvido) que acudieron a la misa en Marentes departen con el padre Cueto. // O. Villa

Todo es simpatía con Aníbal, y dan ganas de quedarse con él lo que resta del fin de semana, porque conoce la historia de cada piedra del pueblo. Pocas semanas después, el propio Aníbal relata por teléfono que aunque está perdiendo muchísima visión, no se atreve a bajar al HUCA, donde tenía cita marcada desde hacía mucho. Tiene miedo a «ese virus. No quiero meterme en el hospital ahora».

Un temor que persiste en la zona

Es ya la tarde del sábado y David Cueto se dirige a Marentes, un pueblo situado en la cola del embalse de Grandas de Salime. A 13 kilómetros en línea recta de la presa. A más de 40 por carretera. De Uría a Marentes, once kilómetros de carretera revirada, en los que no se cruza con ni un solo vehículo. Al llegar, saluda a José Ramón, que reparte su tiempo entre el cuidado de su ganado y el acompañamiento a su anciano padre. José Ramón ni se acordaba de que era sábado, ni de que había misa. Se cambia rápido de ropa y sigue a Cueto hasta la iglesia de Santa María Magdalena.

David Cueto, ante la ermita del Campillo, donde celebró su primera misa en su actual destino, con un texu o tejo a su lado.

David Cueto, ante la ermita del Campillo, donde celebró su primera misa en su actual destino, con un texu o tejo a su lado.

Es un templo que, como dice con vehemencia la alcaldesa pedánea, Olvido Busto, «necesita que el Arzobispado y la Consejería de Cultura hagan lo mismo que han hecho por muchas otras, la de San Clemente sin ir más lejos -el pueblo vecino- y la reparen con urgencia». Los vecinos la han pintado por dentro, han reconstruido el coro, ayudan al padre Cueto a preparar la celebración. Hay unidad. Pero la iglesia se cae. El techo se hunde en la zona de la sacristía, la humedad entra por los cuatro costados, el atrio y el nártex, precariamente cubiertos, carecen de un suelo digno de tal nombre…
Sin embargo, la misa es un acto realmente comunitario, en el que el cura es la persona más joven del templo. Olvido y su marido, Cándido, y Elena y el suyo, Gonzalo -que hoy no ha podido venir- se están preparando para consagrarse al Sagrado Corazón de Jesús. Es una forma de ir más allá del mero cumplimiento de las formas y los preceptos. Es hacer de la vida diaria un compromiso de fe y de principios. Y eso les llena.

Cueto departe con Francine en Trabáu

Cueto departe con Francine en Trabáu

A la salida del templo, David no puede marcharse de inmediato, no. Se empieza a preparar la fiesta del pueblo, en la que los vecinos recorren casa por casa las bodegas particulares en las que cada familia sigue elaborando su propio vino, herencia de la colonización romana que se ha ido transmitiendo durante veintiún siglos. La despedida se prolonga con mil detalles y una ilusión colectiva por la fiesta, que hoy por hoy está en duda. Antes de subirnos en el coche, Olvido quiere vacunarse contra los despistes del periodista: «Póngalo bien claro, esta iglesia se nos cae, necesitamos ayuda para mantenerla en pie». En su rusticidad, es un edificio hermoso, que habla de una construcción probablemente basada en la sextaferia.

Siguiente destino, Posada de Rengos. 44 kilómetros de curvas. De vistas cuya majestuosidad compensa los muchos baches del firme. De cortines de abeyeiru levantados piedra a piedra en lugares imposibles hace siglos, y abandonados en su mayoría, en lo que es una evidencia más de que el límite suroccidental de Asturias es un desierto poblacional.  

Carmen recibe a David en la cocina de su casa de Tormaleo

Carmen recibe a David en la cocina de su casa de Tormaleo

En la preciosa y novísima iglesia de la localidad canguesa, fieles de al menos nueve localidades están ensayando la representación de la Pasión de Cristo que hasta la irrupción del coronavirus tenían prevista para el sábado 28 de marzo. A Jesucristo lo encarna José Manuel Suárez, profesor de religión, músico de heavy metal y de verbenas, guitarra y líder del coro de Cerredo. A Judas, el muy pacífico y bonachón José Higinio Martínez, Pepe de Casa el Ferreiru, de Moal, cuya prominente nariz le hace especialmente apropiado para un papel de judío malévolo. Así, hasta 40 personas. Para muchos de ellos, la primera experiencia de este cariz artístico. Para todos, una forma enriquecedora de vivir su fe y de hacer comunidad.

El ensayo se va hasta las tres horas. Largas. Fuera, Venus reina ya en el cielo. Del templo todos salen con amplias sonrisas, alguna duda sobre su capacidad actoral y la férrea voluntad de mejorar.

Toda esa ilusión la truncó la crisis sanitaria. Se preveían cuatro ensayos que ahora, a cuenta del virus, están aplazados. Serían una dinámica comunitaria que va mucho más allá de su papel religioso. Ahora «pensamos en cómo recuperarlo. Probablemente ya para la Semana Santa del año que viene».

David vuelve a su casa de Cerredo con evidente agotamiento, pero aún alegre y locuaz. Va pensando ya en lo que hará mañana.

Interior de la iglesia de Tormaleo, habitualmente poco utilizada y con algunas humedades.

Interior de la iglesia de Tormaleo, habitualmente poco utilizada y con algunas humedades.

El domingo es el día de las tres misas. Comienza, con frío, en Degaña. Ese día son solo siete, los fieles. Antes de entrar al mínimo templo, sesión de intercambio de comentarios sobre la semana. Los tres hombres, al fondo, las mujeres, delante. David vuelve a ser el más joven. Se celebra en la ermita, no en la iglesia, con una estufa. Es Cuaresma y la homilía, la misma y distinta en cada templo, la adapta David a sus oyentes, como queda dicho. Habla de la gloria de la transfiguración de Jesucristo en contraposición con el momento más oscuro para sus discípulos, el de su muerte. Habla de la esperanza de un Jesús vivo, vivo hoy, en unos concejos que se mueren. Y les da esperanza.

En Cerredo, una hora más tarde, 20 asistentes. De ellos, solo tres hombres. En un templo con 30 ventanas verticales que dan al sur. A la montaña, nevada. El sol se abre paso cuando David habla de la transfiguración del Señor, e ilumina la cara del sacerdote. El coro (José Manuel, Violeta, Mayte, María Eliazar, Concha y María del Carmen) canta con entusiasmo.

La misa tiene algo de campera, de juventud. Los fieles, activos en la participación, en la medida de lo posible. La iglesia, enorme y ahora muy vacía, habla de un momento en el que Cerredo vivía de la mina. En que estaba lleno de vida y los fieles (el minero siempre ha sido muy religioso, o eso dicen) llenaban el templo y hacían que la misa de doce fuera la principal del concejo. De tiempos, también, en los que cada parroquia de la zona tenía su cura. Hoy, nada es así.

Vista general y entrada principal del Palacio de Tormaleo, abandonado hace años.

Vista general y entrada principal del Palacio de Tormaleo, abandonado hace años.

A David le toca ahora desandar el camino de la noche anterior, porque toca misa en Posada de Rengos, donde el día anterior se celebró el ensayo. Vienen los mismos y algunos más. Están también dos monjas recientemente llegadas, que son un apoyo imprescindible para la comunidad y, con David, un gran equipo.

La iglesia es mucho más nueva que la de Cerredo. Cálida y de dimensiones más contenidas, ofrece al visitante la impresión de estar en un templo ciudadano, porque además es la que más fieles de los pueblos de los alrededores concita. A David se le ve contento. A los fieles, también. Es un buen día y la comunidad no sospecha que en unas semanas el mundo será un lugar diferente.

De las misas del fin de semana, uno se queda con la impresión de que adapta el mensaje y sus formas al auditorio. De que en las homilías habla mirando a los ojos al fiel que él sabe que necesita oír un mensaje concreto.

Celebración eucarística en Marentes

Celebración eucarística en Marentes

Las de febrero y marzo son las últimas misas presenciales antes de la crisis sanitaria. El confinamiento rompe con esas dinámicas. El silencio reina durante dos meses en Ibias y Degaña. Y el miedo. Indica el padre Cueto que «en Ibias las cosas han estado más o menos tranquilas, con un modo de vida parecido al habitual, pero por ejemplo los bares han sufrido y hemos pasado a septiembre las comuniones. Los vecinos están tristes, también, porque muchas de las fiestas no se van a celebrar. Dicen que ‘tenemos el cuerpo como para fiestas’, pero se les nota  que se les ha roto algo».

Es así, en buena medida, porque las fiestas en lugares como el antes nombrado Marentes no son solo una romería a la que acudir a pasar un buen rato. Son la disculpa o el punto de toque en el calendario que se ponen los muchos oriundos que viven fuera de Ibias o Degaña para volver a ver el pueblo, a los suyos. Son fiestas en las que el pueblo vuelve a ser lo que fue, en las que se reivindica y se reafirma como comunidad, y lo hace con un merecido orgullo. Olvido, por ejemplo, le dice al periodista que «estás invitado a venir en la fiesta con quien quieras». No se trata de probar el vino, no. Se trata de que la fiesta pone Marentes en el mapa. Aquí estamos, así somos y así seguiremos siendo.

Misa en la iglesia de Cerredo, con el coro que la comunidad ha creado.

Misa en la iglesia de Cerredo, con el coro que la comunidad ha creado.

En Degaña la crisis sanitaria se ha vivido con más miedo y con peor suerte. Algún caso de covid y también un desgraciado accidente que mantiene en vilo a la comunidad de vecinos por la suerte del pequeño Aitor, que sufrió un atropello en la calle principal de Cerredo. Además, la cercanía de Villablino, donde el coronavirus ha pegado con cierta intensidad, tenía más nerviosos a los vecinos. Algunos leoneses han pasado a Cerredo para diversos menesteres «pese a la vigilancia de la Guardia Civil, pero es que no pueden estar en todos los sitios», explica David. Seis agentes para estos dos concejos suponen una dotación muy escasa frente a la inmensidad de sus montañas. Hay miedo, que se concreta en expresiones de rechazo al foráneo que acude desde León.

Una inquietud que todavía hoy «mantiene a muchos habituales lejos de las iglesias». Para solventarlo, el padre Cueto y los co-párrocos de Cangas del Narcea, Juan José Blanco y César Augusto Acuña, están ensayando con una Unidad Pastoral que englobe todas sus parroquias.

Misa en la iglesia de Cerredo, con el coro que la comunidad ha creado.

Misa en la iglesia de Cerredo, con el coro que la comunidad ha creado.

Será, próximamente, una Unidad Parroquial oficial, que sumará la de Ibias y Degaña, que atiende Cueto en solitario, y la de Cangas. Tres sacerdotes para una zona tan extensa como la provincia de Guipúzcoa. Están pendientes del teléfono, han creado un grupo de whassap para los fieles (unos 300 lo usan) y poco a poco se irán repartiendo la presencia en las parroquias y las celebraciones entre los tres. La labor seguirá siendo dura. De misión, de sacrificio personal. Pero también muy pegada a los fieles. A unos fieles que «también han mirado por mí y por las hermanas, nos han cuidado mucho en todo este tiempo. Nunca me han faltado unos huevos o un chorizo de algún vecino, y siempre han estado pendientes de nosotros», agradece David.

Pero el futuro, que ya tenía nubarrones antes de la crisis viral, anuncia tormentas intensas, y «tenemos que potenciar Cáritas, concienciar a todos de que esta crisis puede generar situaciones muy duras en el pueblo de al lado; otra vez los jubilados van a tener que ser en parte el soporte de los demás; vamos a pasar una temporada muy apretada y nos toca ser más solidarios que nunca. Esta crisis ha trastocado el sentido de comunidad, tenemos mucho en qué trabajar», dice David, sin perder la sonrisa.

Misa en la iglesia de Cerredo, con el coro que la comunidad ha creado.

Misa en la iglesia de Cerredo, con el coro que la comunidad ha creado.

Misas de martes o viernes, comunión social permanente

El Arzobispado ha puesto en marcha la Unidad Pastoral, como un modo de afrontar el hecho de que ya no quedan ni 200 sacerdotes en activo en la diócesis, frente a las 937 parroquias religiosas. En Ibias, Degaña y Cangas se plasma en la coordinación entre David Cueto y sus compañeros cangueses para cubrirse las espaldas y mantener la presencia en tantos lugares como les sea posible. También, en la reorganización de los oficios religiosos, al punto de que han empezado a celebrar misas en días de semana, para que todos los fieles de la zona montañosa tengan al menos una celebración

Misa en la iglesia de Posada de Rengos

Misa en la iglesia de Posada de Rengos

cercana a la semana. Aunque sea un martes. O un viernes. Tampoco es que sean zonas especialmente religiosas. Más bien, muy secularizadas. Pero los que creen lo hacen con especial devoción. Y con un cierto sincretismo religioso. Junto a la vetusta ermita del alto del Capillo, a 1.090 metros de altitud, alguien ha plantado hace menos de diez años un tejo, árbol sagrado que marcaba los lugares ‘espirituales’ ya antes del Cristianismo.